Verdaderamente felices vivimos sin odio entre los que odian. Entre seres que odian, vivamos sin odio. --Dhammapada 197 Dejarse ir por la fuerza del odio es fácil, es muy seductor, la tentación de perderse en ese mar de sentimientos es poderosa. Explotar y dejarse ir puede suceder en un instante, en tan solo un abrir y cerrar de ojos nos consumimos. Tomar el tiempo de respirar, de reconocer ese momento en el que estamos a punto de perdernos nos puede brindar la paz que requerimos para actuar de forma virtuosa, sin arrepentimientos, sin herir a otros seres. Vivir sin odio y aprender a reconocer el sufrimiento de los demás, esa es la verdadera tarea de la meditación, dejar ir, calmar la mente, no seguir el camino de la pasión, por el contrario, tener siempre pleno control de nuestra mente.
Ajahn Chah compara la práctica con un sapo atrapado en hoyo, sin posibilidad de moverse, sin opciones de escapatoria, si alguien llega con una cuerda, le resultaría muy fácil atraparlo. El hoyo en esta analogía es la vida, todo lo que sucede en ella y el tamaño del hoyo las posibilidades que tenemos para lidiar con dichos acontecimientos. La práctica constante nos permite incrementar el tamaño de la boca del hoyo y eventualmente salir de él, nos brinda opciones, alternativas para responder ante la vida a voluntad, no solo a reaccionar arbitraria y ciegamente. En cada momento que tengamos la posibilidad de encontrar un momento de paz en la mente, es un excelente momento para practicar, sin embargo, estos momentos no son únicamente cuando hay silencio y no hay presiones externas, estos momentos se encuentran todo el tiempo a nuestra dispocisión. Los hijos, los bienes materiales, el trabajo, dinero, todos estos son obstáculos o factores que forman parte del hoyo, pero a su vez,
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